En el primer cuarto de lo que llevamos del Siglo XXI diversos acontecimientos internacionales han marcado el panorama geopolítico que ahora atestiguamos: el 9/11, la crisis financiera de 2008, la primavera árabe, el brexit, así como diversas oleadas populistas, nacionalistas y antiglobalizadoras, a las que se han sumado la revolución de la industria 4.0, los desafíos de la Inteligencia Artificial y la pandemia por Covid-19, generando tensiones e incertidumbres en el orden mundial.
Otro de los acontecimientos que debemos sumar a la lista de disruptores geopolíticos es la invasión de Rusia en Ucrania de febrero de 2022. Desde su inicio, fijado por algunos en 2014 con la toma de Crime, se han extendido sus ramificaciones por todo el mundo generando volatilidad energética, variaciones en las cadenas suministro y agravios a la seguridad alimentaria que han reconfigurado las dinámicas económicas y alianzas entre países.
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La guerra ha generado cambios en la balanza del poder multipolar y en la lucha por hacerse de la influencia del Sur Global, como ha sugerido el teórico John Ikenberry. De forma paralela, se han avivado los debates sobre la efectividad de los mecanismos de seguridad internacional, como el Consejo de Seguridad de la ONU. Todo ello ha acentuado la polarización entre bloques de países opuestos que dificultan la generación de consensos y cooperación en cuestiones tan apremiantes como el cambio climático, la proliferación de armas de destrucción masiva y la desigualdad.
Ahora que entra en su tercer año, la guerra abierta ha demostrado trascender el mapa geopolítico europeo: el replanteamiento de las políticas de neutralidad frente al peligro del expansionismo territorial; el impulso al ‘minilateralismo’ que socava la cooperación multilateral; y la priorización del rearme por encima de la agenda de desarrollo. La situación en Ucrania, como señala Rob Bauer, presidente del Comité militar de la OTAN, ha hecho que pasemos de un mundo de “posguerra” a uno de “preguerra”.
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¿Cuándo concluirá la guerra? Contemplada originalmente por las autoridades rusas para que durara sólo tres días, la feroz resistencia ucraniana junto con un puñado de éxitos militares ha impedido que Rusia pueda declarar una victoria completa. No obstante, la ausencia de avances durante la contraofensiva ucraniana ha reforzado la percepción de un estancamiento. Una situación que Putin busca aprovechar para agotar las reservas de municiones de Kiev, mientras peligra la ayuda militar de Estados Unidos a Ucrania y la Unión Europea se concentra en dar salida a las peticiones para redirigir la ayuda financiera de la guerra a su sector agrícola.
Este timing político beneficia más a Putin, que en su objeto de orquestar su “reelección” en 2024, buscará proyectar más fuerza con sus operaciones militares. A ello se suman los comentarios de Donald Trump de alentar al líder ruso a atacar a cualquier miembro de la OTAN que no cumpla con el compromiso de gastar el 2% de su PIB en Defensa. Aunque durante la Cumbre de la OTAN en Washington se alimente la necesidad del ingreso de Ucrania a la máxima alianza militar, en el ambiente correrá el miedo del regreso de Trump a la Casa Blanca y sus impactos en el armazón geoestratégico global.
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Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente en el sitio Expansión.
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Sin duda un factor más en lista de disrupciones geopolíticos.
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