Cese al fuego en Siria.


La guerra en Siria ha sacudido la estabilidad del mundo árabe y occidental. El saldo de más de 400,000 muertos –una cifra que maneja Sttafan de Mistura, el mediador de Naciones Unidas para las negociaciones de paz- y una crisis humanitaria con cerca de 7.6 millones de desplazados internos y 4.2 millones de refugiados en países vecinos como Líbano, Turquía, Irak y  Egipto ha obligado al mundo a pactar un cese al fuego, después de varios intentos fallidos de la comunidad internacional y el grito frustrante de las organizaciones humanitarias que buscan frenar una tragedia de enormes proporciones.

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Fuente: m-x.com.mx

En un territorio de alto valor geopolítico y estratégico un enjambre de intereses entre potencias regionales e internacionales tiene lugar al tiempo de divisiones sectarias, tribales y religiosas que se presentan en su entorno local. La guerra en Siria tiene como piso el liderazgo comandado por una minoría alauita representada por el presidente Bashar al Assad y la exclusión de la toma de decisiones de la mayoría sunita, una lógica étnica y tribal que encuentra un correlato geopolítico cuando en juego se engarzan los intereses de las potencias regionales. Mientras que Arabia Saudita representa el corazón del poder sunita, Irán enarbola el liderazgo chiita tratando de expandir sus vasos comunicantes hasta Líbano con Hezbolah, Gaza con Hamas, Yemen con los huthies, así como reforzar su alianza tribal con Irak.

La guerra en Siria no es un conflicto monolítico sino un juego de multilateralidades, tal y como ya se ha establecido por algunos expertos. El coctel de intereses disimiles y contradictorios entre las potencias centrales y regionales ha llevado a una especie de empate con sentimientos de impotencia y frustración por parte de la comunidad internacional. En un conflicto atenazado ningún bando o correlación de fuerzas se ha podido imponer de manera hegemónica sobre otro. Cuando Assad sufre derrotas, pronto la ayuda se empodera desde Irán y Rusia, pero cuando los rebeldes y opositores sirios se encogen EE.UU., Arabia Saudita y Turquía alzan la cabeza. A esta tragedia también se le suman la complejidad de las relaciones bilaterales: los juegos entre Moscú y Teherán, las tensiones entre Rusia y Turquía y los vínculos entre EE.UU. y Arabia Saudita, un lodazal de intereses globales, regionales y bilaterales que se entrelazan al calor de las relaciones personales.

Ante las posiciones encontradas y los intereses disimiles entre potencias regionales e internacionales hay otro factor que debemos de agregar al tablero geopolítico sirio: a Bashar Al Assad lo quieren enjuiciar ante la Corte Penal Internacional (CPI) por crímenes de guerra y lesa humanidad, un hecho que encuentra el impedimento de Rusia. El uso de armas químicas, los ataques indiscriminados contra civiles y las ejecuciones masivas de opositores dan cuenta de la maquinaria represiva de la dictadura de Assad. Sin embargo, es importante recordar que Siria no ha firmado ni ratificado el Estatuto de Roma, lo que significa que la corte no tiene jurisdicción sobre los hechos ocurridos durante la guerra. Asimismo la comunidad internacional se enfrenta al obstáculo de no poderlo enjuiciar debido a la inmunidad que posee como jefe de estado.

La intervención terrestre de Turquía

La guerra en Siria ha tomado un nuevo giro desde que Turquía decidió desplegar operaciones militares terrestres en su territorio. Según el jefe de la diplomacia turca, la intervención directa en Siria tiene como objetivo principal barrer al Estado Islámico (EI) en la frontera y crear una zona tapón para que sea ocupada por la oposición siria. Aunado al esfuerzo antiterrorista, el verdadero propósito de Recep Tayyip Erdogan es frenar el avance de la milicia kurda-siria y contener la creación del estado independiente del Kurdistán, una aspiración geopolítica negada por Reino Unido y Francia cuando se firmaron los acuerdos secretos de Sykes-Picot –hace 100 años- y que delinearon las fronteras del Medio Oriente.

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Fuente: codigoabierto360.com

Borrar la frontera entre Siria e Irak ha sido una de las principales aspiraciones del califato sunita. Precisamente en este esfuerzo se colocan los kurdos a la hora de contener el avance terrestre del EI, este grupo étnico desperdigado por Irán, Irak, Siria y Turquía que ha hecho una labor de contención y merma frente a los extremistas y radicales yihadistas. ¡Recordemos la victoria kurda y yazidie en Sinjar y la ganancia estratégica de la ciudad de Kobane! Mientras que la comunidad internacional celebra los avances de los kurdos, éstos son leídos con temor y recelo por Ankara debido a su aspiración de crear un territorio autónomo e independiente. Bajo este armazón, los kurdos, yazidies, chiitas y cristianos se muestran en contra del yihadismo practicado por el EI.

Con este entretelón, Turquía sufrió un golpe de estado fallido el pasado 15 de julio que volvió a tensar las relaciones entre Ankara y Washington. La intentona golpista que dio como resultado una purga y larga cacería de brujas para arrestar a militares y despedir de sus trabajos al personal vinculado al clérigo Fetullah Gulen, quien se le acusa de ser el autor intelectual del golpe. Acusado por haber creado un “Estado paralelo”, Erdogan ha solicitado entregar al personaje que se aloja en Pensilvania. Precisamente este clérigo exiliado en EE.UU. abandera una visión más moderada, laica y centrista del Islam en serio contraste con la perspectiva más ortodoxa y extremista que escala bajo el presidente Erdogan.

Bajo este contexto, el mundo occidental ha logrado materializar el declive y acorralamiento del Califato Islámico. Muchos argumentan que vive su peor momento desde su creación a mediados del 2014. Con bases en Raqqa (Siria), Mosul (Irak) y Sirte (Libia), el EI ha perdido alrededor del 45% de su territorio en Siria y el 20% en Irak (Stratfor Intelligence). No olvidemos que el segundo de abordo, Abu Muhammad al Adnani, murió en Alepo tras una serie de ataques de la coalición internacional liderada por EE.UU. A estas actividades debemos agregarle las resoluciones del Consejo de Seguridad que han buscado quebrar los brazos de su financiamiento y cortar el acceso a compras de armas y equipo militar.

El Estado Islámico es la célula que todos ayudaron a crear. La invasión de EE.UU. en Irak fue el mismo laboratorio de gestación de este grupo sunita radical. Fue también Nuri Al Maliki, el presidente de Irak, quien apoyo con sus políticas la exclusión étnica y religiosa de los sunitas en la toma de decisiones. Arabia Saudita no se queda atrás con su tradicional apoyo al islamismo radical y violento al tiempo que Turquía carga sobre su espalda el haber tolerado una frontera flexible y porosa con el tránsito de armas y combatientes hacia Siria.

El acuerdo entre Rusia y EE.UU. que pone un alto a la guerra en Siria dota de oxígeno a ese conflicto, a propósito de reducir la violencia, entregar asistencia humanitaria y coordinar de manera más eficaz los ataques aéreos entre Washington y Moscú en contra del EI, una tregua que deberá leerse con todo cuidado debido al escepticismo y sentimiento de desconfianza que prevalece entre los actores estatales y no estatales que participan en esta guerra. Precisamente en este 2016 que recordamos el  centenario de los Tratados Sykes-Pikot, la geopolítica se impondrá en el Medio Oriente, los mapas cambiarán después de esta guerra y quizá surgirá una nueva respuesta colectiva para un pueblo que clama un lugar en este mundo: el Kurdistán.


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