La joven República Islámica de Irán se apresta a celebrar elecciones presidenciales el próximo 14 de junio, una jornada que ha levantado una expectativa muy particular en todo el mundo. Con un sistema político sui generis cargado de una mezcolanza de ingredientes autoritarios, republicanos y religiosos que se encadenan a la historia gloriosa del imperio persa y a la influencia hegemónica que enalteció su orgullo nacional, es que Irán inauguró una nueva página de su historia en 1979, cuando llegó la minoría chiita-clerical al poder buscando el retorno hacia los principios fundamentales del Islam; un proyecto que encontró eco en la política de cohesión antioccidental como respuesta a los excesos practicados por la monarquía del Sha Pahlevi y su alienación incondicional a los intereses de Washington.

Fuente: The Huffington Post
¿Cómo se hace política en este juego teocrático? Una interrogante difícil de responder si partimos de la premisa que Irán no es un Estado gobernado por un partido único, una cúpula militar o una dinastía. Se trata de un país controlado por una élite político-clerical cuyos individuos y grupos se disputan enconadamente el poder con base en un sistema de balances y contrabalances, de instancias electas y no electas y de las facultades diferenciadas pero a su vez ambivalentes entre el presidente y el Ayatola o líder espiritual, un complejo entramado en el que tienen cabida las líneas más ortodoxas y conservadoras hasta los tintes más pragmáticos y reformistas.
Bajo un país que disolvió los partidos políticos es que la carrera electoral del 14 de junio, quizás tiene como fiel termómetro lo que sucedió en las elecciones parlamentarias de marzo del 2012, cuando el Ayatola batió al presidente Ahmadineyad coronando una incontestable victoria con más de tres cuartas partes de los 290 asientos disputados por la Asamblea de Consulta. Con este piso se convoca a las elecciones presidenciales del 2013, en las que se inscribieron más de 650 aspirantes y sólo ocho de ellos fueron aprobados por parte del Consejo de Guardianes, la máxima autoridad electoral del país. Sin embargo, el encono del mundo occidental pronto se dejó sentir cuando dos de los principales opositores a la línea que sigue el dirigente supremo fueron descalificados: el ex presidente Rafsanyani, una de las figuras más emblemáticas del movimiento reformista y Rahim Mashaei, una persona muy cercana al actual presidente Ahmadineyad. Con esto se confirma el mensaje: la autoridad clerical ostenta todos los hilos del poder y seguirá controlando la toma de decisiones, no estando dispuesta a ceder ningún ápice de su predominio, un insider al Ayatola posiblemente será el siguiente mandatario.
De esta manera se revela nuevamente una de las constantes que se han desarrollado a lo largo de casi 35 años de la República Islámica, las tensiones entre el Estado y el clero, la disputa invariable entre las prácticas republicanas y religiosas que hoy hacen que Ahmadineyad deje el poder con bloques disgustados con su gestión, la ruptura con los radicales islámicos y las fisuras con los reformistas. Sin embargo, lo que sucede en Teherán marca pauta para sus países vecinos, pues el arribo de los Ayatolas en Irán no solamente ha traído la construcción de un proyecto político de gran envergadura a nivel nacional sino tiene un claro tinte geopolítico regional. El poder de los clérigos ha nutrido la presencia de los chiitas en Iraq, el creciente poderío de Hezbollah en Líbano y de Hamas en Palestina, un cerco étnico-religioso que también está acompañado de profundos intereses político-estratégicos para apoyar a los alauitas en Siria, esta minoría étnica que busca retener el estatus-quo pese a la enorme factura que carga en su contra con una guerra civil y sectaria que parece no terminar.
Esta cita electoral se envuelve en la profunda crisis diplomática que persiste entre Irán y Occidente, el programa nuclear iraní que ha generado una espiral de desconfianza en el mundo pero que atiende a un interés de seguridad nacional, de orgullo patrio, de aspiración regional y que de paso reclama la disparidad y asimetría que prevalece en la política nuclear mundial. La sospecha de que Irán no limita su programa a usos pacíficos ha levantado la furia de EE.UU. y de Europa, lo que le ha valido de las sanciones diplomáticas, económicas y financieras impuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU, un cúmulo de decisiones que han terminado más por afectar a la población y actuar en contra de los intereses reformistas y de oposición que al propio régimen.

La certeza es una divisa que escasea cuando hablamos del programa nuclear de Irán. Por el contrario, la guerra encubierta, los sabotajes, los ciberataques, la narrativa discursiva del odio y las amenazas de acción militar y preventiva forman parte de una cadena de agresiones para frenar el ingreso de Irán al exclusivo y prestigiado club nuclear. ¿Lanzará EE.UU. con el apoyo de Israel un ataque quirúrgico contra las instalaciones nucleares iraníes o tendrá que resignarse a cohabitar con un nuevo miembro nuclear? No descartemos algunas de las lecciones que se pueden extraer de la historia nuclear, los expertos señalan que ahí donde brotan las capacidades nucleares se estaciona la paz y estabilidad.