La vida y obra de Nelson Mandela.


Tras 40 años bajo el régimen segregacionista del Apartheid, Sudáfrica eligió en 1994 por primera vez en su historia a un presidente negro: Nelson Mandela. Hoy, a casi veinte años de estos sucesos y a punto de cumplir 95 años el próximo 18 de julio, «Madiba» se encuentra gravemente enfermo y, en caso de morir, cerraría un ciclo importante en la historia mundial.

Mandela fue el arquitecto de uno de los proyectos políticos más importantes del siglo XX al haber inaugurado la primera democracia no racial en Sudáfrica. El hombre que logró acabar con el régimen de segregación racial y con una historia brutal de represión e injusticia social para darle cabida a la mayoría oprimida que se quedó sin voz e interlocución política durante muchos años.  Con la conciencia de un estadista y el arrojo de un pacifista fue el ícono global de la convivencia impensable entre la minoría blanca y la mayoría negra y mulata en este país de gran diversidad étnica.

La vida y obra de Nelson Mandela no puede entenderse si desatendemos los años que paso en diferentes cárceles en Sudáfrica, soportó casi 30 años de encierro en donde cocinó una transición política maestra, sin violencia, dándole voz a los resentidos y superando el clima de rencor y odio.  La “reconciliación nacional” que pronto liberó el tremendo potencial económico que estuvo aletargado y anestesiado y que permite hoy posicionar a Sudáfrica como una economía emergente, que forma parte de los BRICS, del G20 y G5 y que juega dentro de los grandes circuitos internacionales, a pesar de su falta de productividad y dependencia excesiva de los altos precios de las materias primas y minerales.

El querido y reverenciado Madiba, nombre que le fue otorgado a Nelson Mandela no solamente tuvo que enfrentar los contratiempos y dificultades que proliferaban en el ámbito interno, también tuvo que lidiar con un régimen internacional de doble rasero. Por un lado, la imposición de una serie de condenas diplomáticas, sanciones económicas y embargo de armas y petróleo al régimen racista de Pretoria. Por otro, el cobijo y resguardo del apartheid como un instrumento útil para contener la expansión del comunismo en África. No fue casualidad que el régimen discriminatorio sudafricano se haya tambaleado cuando se precipitó el fin de la Guerra Fría y la caída del muro de Berlín. Los derechos civiles y políticos llegaron a la población negra, gracias a la osadía del Presidente Fréderik de Klerk, quien supo leer las claves del proyecto político y social de Nelson Mandela.

La fórmula Mandela y de Klerk derribó todo un sistema de alianzas internacionales que existían en el continente africano dando espacio a la inauguración de la primera presidencia negra del país y al primer presidente democráticamente electo en Sudáfrica. Vertiginosamente, las teorías que ofrecía el partido nacionalista con sus más altos exponentes como el profesor Hendrik Verwoerd de la universidad de Stellenbosch (que más adelante se convirtió en Primer Ministro) engarzaron toda una estrategia fanática y prejuiciosa para asegurar el dominio y la supremacía de la raza blanca. Un ejercicio que se descabezó, gracias a la mente brillante y al talante paciente de Nelson Mandela.

Fue Nelson Mandela aquella figura histórica que articuló una salida justa al Estado multiracial en Sudáfrica y quien liquidó las políticas públicas que ennoblecían el color de piel y que le valieron del Premio Nobel de Paz en 1993. Su enseñanza toca los terrenos más profundos de la libertad y la justicia pero también nos instruye sobre el valor de la cohesión y unidad que hicieron posible transformar las bases de la realidad.

Muchos se preguntan con toda razón sobre la Sudáfrica que emergerá sin Nelson Mandela. Al parecer el mayor desvelo seguirá siendo el problema del racismo y la dinámica social que refleja una mezcla de tensiones y fricciones entre los diferentes grupos y etnias. De una manera u otra, el problema latente del racismo se conecta con un modelo económico excluyente y concentrador de la riqueza que no genera un crecimiento con equidad y justicia distributiva en Sudáfrica, quizás la mayor amenaza para la Sudáfrica post-Mandela.

El odio racial sigue disfrazado y existen voces que ya incitan a construir una Sudáfrica para los negros ¿Una paz tejida con alfileres? ¿Una paz cimentada alrededor de frenos y limitaciones, pero que al mismo tiempo han permitido el despegue de Sudáfrica como el país más avanzado del continente? En fin, muchas preguntas alrededor de una democracia que se queda corta de los frutos que prometió y que encuentra en la desigualdad social una fuente de inestabilidad constante, una paz sustentada en la complicidad política y económica que han trazado la minoría blanca y la élite negra que gozan de poder, riqueza y estatus y que han hecho a un lado el reparto hacia las mayorías.

A su vez, hay otros retos de la agenda política, económica y social pendiente en Sudáfrica. El país se disputa en los altos índices de criminalidad e inseguridad y algunas organizaciones independientes han señalado el desfase de cifras que maneja el gobierno del presidente Jacob Zuma. En consecuencia, se estima que desde 1994, casi 250,000 sudafricanos blancos hayan emigrado a otros países y se considera que aquellos que permanecen en el país practican poco los contactos y la interrelación con la población negra. Una realidad que prende los focos de preocupación y alarma y que promete arreciar al combinarse con el desempleo que galopa al ritmo del 25%.

Otro pendiente social que cala el descontento de las clases más bajas ha sido el analfabetismo, uno de los principales obstáculos para superar la pobreza y conseguir mayores niveles de progreso. La epidemia del SIDA sigue cobrando enfermos y muertos, convirtiéndose en una amenaza al desarrollo económico del país y una afrenta a la gobernabilidad. Asimismo, las huelgas mineras, los derechos laborales vulnerados y los asesinatos de varios líderes sindicales han puesto en entredicho la política del Congreso Nacional Africano (CNA) y la de su presidente.

Quizás, la antesala de una Sudáfrica post-Mandela echó raíz con la masacre de Marikana ocurrida en diciembre del 2012, cuando se puso al descubierto cómo opera la industria minera en Sudáfrica que castiga a sus trabajadores en materia de salarios, prestaciones, condiciones de seguridad y salubridad. Precisamente, muchos expertos consideran el año 2012, como el año más desafiante y conflictivo para Sudáfrica desde el fin del apartheid. ¿Todo listo para que puedan emerger los nuevos fantasmas de odio e inestabilidad en Sudáfrica? ¿Podrá surgir un conflicto de mayores proporciones en Sudáfrica bajo la ausencia del gran libertador?

@RinaMussali

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