
Ya es común escuchar que grandes estrategas internacionales identifican al cambio climático como el mayor desafío que encara la humanidad en este siglo XXI. Desde la necesidad de entenderlo en todas sus dimensiones hasta desarrollar las capacidades políticas, económicas, sociales y culturales para mitigarlo y adaptarnos. Para muchos, hoy la seguridad colectiva global está en juego por los impactos del cambio climático que supera las amenazas del terrorismo y de los conflictos armados.
El cambio climático es un problema de gobernabilidad, no es solamente un asunto medioambiental. El mundo se enfila hacia un abismo en la medida que aumentan los eventos extremos como el derretimiento de los glaciares, el alza de la temperatura media del planeta y del nivel del mar, el incremento en la cantidad e intensidad de las precipitaciones, inundaciones, ciclones, sequías, incendios. Así como la pérdida de biodiversidad y otros cambios en los patrones naturales debido a las consecuencias derivadas de las actividades humanas. No en vano hoy se habla de la necesidad de transitar hacia una nueva cultura para producir, consumir, distribuir, utilizar y replantear los estilos de vida.
El cambio climático es un asunto político y de cooperación internacional. Los intereses asimétricos y dispares entre países avanzados, emergentes y en desarrollo hacen declinar los compromisos vinculantes y de supervisión supranacional. En este andar, Canadá, Japón y Rusia se resisten a una segunda fase del Protocolo de Kyoto sin la inclusión de los dos emisores más importantes como China y EE.UU. Abundan los divisores porque los países que contrajeron la deuda histórica del carbono y los nuevos liderazgos emergentes no quieren asumir los costos y las cuotas de responsabilidad que implican las afectaciones al crecimiento económico.

Asimismo, el cambio climático es un asunto económico. Costos, daños, incentivos, escenarios, riesgos e impactos son las palabras que forman parte del lenguaje cotidiano que utilizan los economistas expertos en el tema. Se trata de una cuestión económica debido a la necesidad de transitar hacia economías de baja intensidad en carbono. Porque prolongar la vida de los acuerdos vinculantes como el Protocolo de Kioto significa entre otras cosas, una medida recesiva para las plantas productivas de los países que terminarían transando efectos negativos en su crecimiento económico y en la generación de empleo, justamente cuando el mundo todavía atestigua los embates de la crisis financiera del 2008. En otras palabras, afectar la ruta del crecimiento económico es un acto suicida para muchos políticos que solamente actúan de acuerdo a la tiranía de la matemática electoral.
Por último y no menos importante el cambio climático es un asunto de justicia y equidad. ¿Cómo repartir las cargas sobre los costos globales? ¿Los países menos adelantados deben de pagar la misma factura que las economías industrializadas? ¿Cómo materializar las responsabilidades comunes pero diferenciadas? ¿Acaso ya se nos olvidó que el cambio climático afecta de manera desigual y asimétrica a países y regiones?
LOS RETROCESOS EN LA AGENDA GLOBAL DEL CAMBIO CLIMÁTICO: EL BOOM PETROLERO EN EE.UU.
La problemática del cambio climático se ha visto retrasada por la serie de nudos políticos, económicos, sociales y culturales que se transan en la agenda internacional y que maestramente se palpan en la falta de una continuidad de acuerdos vinculantes entre los gobiernos de las economías avanzadas y países emergentes para reducir la huella climática que ha ocasionado el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Sin embargo hay un hecho que está contribuyendo a posponer políticamente la problemática del cambio climático: el boom petrolero en EE.UU.
Las nuevas reglas del juego en materia climática están siendo impactadas por la prospectiva energética global que ha cambiado de manera significativa en los últimos años. El fin de la era petrolera y del uso intensivo de los combustibles fósiles parece que no se cumplirá ante la situación inédita y revolucionaria que enfrenta EE.UU. en materia de hidrocarburos. Gracias a los avances tecnológicos, EE.UU. podrá convertirse en la nueva Arabia Saudita, según estimaciones del Instituto Mexicano de la Competitividad (IMCO). Lo que la convertirán en la nueva locomotora de la energía mundial debido a los enormes descubrimientos de reservas de recursos no convencionales como la de aceite y gas de lutitas y las arenas bituminosas que tienen su mejor ejemplo en Canadá.
La sustentabilidad y la transición hacia las energías renovables se verá afectada por el hecho de saber que los hidrocarburos seguirán siendo la principal fuente de energía y que tienen en EE.UU. a su exponente principal. No olvidemos la crisis política en el país del norte que bajo un bipartidismo rampante no ha sido capaz de llegar a acuerdos sustantivos para avanzar la agenda del cambio climático. La oposición republicana sigue adelante con su actitud negacionista del cambio climático y su renuencia a creer en los fundamentos de la ciencia. Han orquestado toda una batalla política para disminuir el presupuesto destinado a mejorar la defensa del medio ambiente y privilegiado a las empresas extractoras de carbón, petróleo y generadores de electricidad para que se muestren en contra de aprobar medidas que perturben la competitividad de la economía estadounidense.

Si bien hay signos en EE.UU. que retrasan la transición hacia una matriz energética sustentable y alientan el crecimiento económico basado en el carbón, petróleo y gasolina también hay una multiplicidad de actores que están actuando en contra de esta plataforma altamente contaminante favoreciendo el desarrollo de la energía eólica, solar, geotérmica, hidráulica, nuclear entre otras ofertas del portafolio de las energías alternativas. La tendencia hacia la descarbonización de las economías ya es una realidad que avanza en Alemania, España, Dinamarca y Brasil entre muchos otros países.
LA COP19 EN POLONIA ¿LA CUMBRE DE TRANSICIÓN HACIA PARÍS?
Un nuevo pacto global sobre el clima se está negociando para que pueda sellarse en la COP-21 en París. Después del caduco Protocolo de Kioto del 2012 y de su segundo periodo de compromisos poco ambicioso en el que solamente participan 35 países industrializados, en su mayoría europeos y cuya cobertura alcanza el 15% de las emisiones globales. Un acuerdo que se pactó al calor de las ausencias de Canadá, Japón y Rusia, países que se niegan a entrar es esquemas vinculante sin la inclusión de EE.UU. y China.
Bajo una plataforma de expectativas menores se espera que la COP19 en Polonia sea un paso intermedio en la ruta de asegurar un acuerdo universal en el 2015, una cumbre que deberá de concentrar todos sus esfuerzos en reforzar la acción política y el clima de cooperación entre actores para construir acuerdos con base en la aspiración de descontaminar el planeta y abonar hacia el éxito de la próxima gran cita climática en París. El desafío en Varsovia parece disputarse en la necesidad de avanzar en el nuevo diseño del régimen climático internacional que tendrá vigencia a partir del 2020 y que tiene como propósito principal amarrar las nuevas reducciones de emisiones contaminantes de países avanzados, emergentes y en desarrollo en aras de no superar los 2 grados centígrados de la temperatura media global.
En esta nueva cita climática global se busca avanzar en los temas de mitigación, adaptación, financiamiento, transferencia de tecnología, deforestación, así como avanzar en el Nuevo Mecanismo de Mercado creado en Durban y medidas de implementación para reverdecer las economías. Hay que recordar que bajo el liderazgo mexicano en la COP16 en Cancún se propuso la creación del Fondo Verde en aras de movilizar 100 mil millones de dólares anuales en el 2020 para acciones de mitigación y adaptación en países en desarrollo. Bajo esta lógica es que el mercado busca ofrecer una serie de herramientas financieras para aumentar la capacidad de los países para transitar hacia economías bajas en carbono y adaptarse a la variabilidad del clima.

En estas últimas fechas se han desatado una serie de criticas a la COP19 en Polonia. Diversas ONGs han señalado que el rol de las empresas en las negociaciones climáticas se están robusteciendo y que diversas corporaciones altamente contaminantes que cabildean en contra de las reducciones de emisiones de sus países están listas para insertar sus intereses en las discusiones. Una vez más la fragmentación de intereses y la diversidad de actores impone un desafío mayor al tema de la gobernabilidad climática, un asunto que preocupa porque hay algunas voces que apuntan a que el debate climático migre hacia el G20.

Pero antes de llegar a la Cumbre de París, la comunidad climática global tiene otra parada que enfrentar en Lima, la COP20 que tendrá lugar en Perú. ¿Cómo llegará América Latina a este nuevo encuentro? ¿Se han invertido los recursos necesarios para mitigar y adaptarnos al cambio climático, tras los años de bonanza económica que ha recogido principalmente Sudamérica ¿Hemos aprovechado esta coyuntura histórica para transitar hacia una nueva matriz energética y reverdecer nuestras economías?