Costa Rica ha gozado de una mirada internacional privilegiada. Los indicadores internacionales la han colocado como el paraíso de la democracia, la “Suiza Centroamericana” e inclusive la excepción latinoamericana, todos ellos apelativos que se utilizan para referirse a este pequeño país del corredor mesoamericano que enfrentará el mandato de las urnas el próximo 2 de febrero.
Esta admiración internacional que no se ha propagado de manera solitaria se ha hecho acompañar de narrativas históricas que han utilizado los actores políticos y las élites locales para acomodar sus intereses y conveniencias a diversas coyunturas. Sin embargo, este mito halagador de la estabilidad política y la tradición democrática costarricense ha sido impugnado por otros grupos de la sociedad que portan una visión más crítica en torno a su proceso democrático y que difícilmente pueden borrar la conflictividad política y social que impera en el país.
Las claves históricas de Costa Rica nos muestran a una nación que ha construido una singularidad alejada de los parámetros identitarios de Centroamérica. Su vocación pacifista, los altos niveles de desarrollo humano y una estabilidad política mayor que la alejaron de los apuros y de las grandes carencias padecidas por la región ya no son sus mayores divisas para asegurar su política de excepcionalidad. Hoy Costa Rica se disputa en una desigualdad social creciente que se envuelve al calor de una Centroamérica violenta, insegura y afligida por el narcotráfico y los delitos conexos al crimen organizado que trastocan a esta nación que ya no se puede sustraer de las amenazas trasnacionales.
Justamente el tema de la seguridad ha sido un tema presente en el ambiente electoral en Costa Rica. Los partidos políticos buscan robustecer al Estado en el combate al narcotráfico y algunos proponen fortalecer los aparatos de inteligencia en coordinación con países vecinos. Por su parte, los desafíos económicos también han caldeado la ruta electoral, pues el menor crecimiento económico, el alto déficit fiscal y el fracaso de una reforma tributaria propuesta por la presidenta Laura Chinchilla se suman a las perspectivas económicas poco alentadoras para el 2014.
En el terreno electoral se presume una aventura atípica en Costa Rica. A la conformación pluripartidista de hoy, le antecede una hegemonía bipartidista centrada en el dominio del Partido de Unidad Social Cristiana (PUSC) y el Partido Liberación Nacional (PLN). Una transición que no se puede desligar de los escándalos de corrupción del 2004 que alcanzaron a varios expresidentes provenientes de estos partidos hegemónicos. Es el partido de Laura Chinchilla y Oscar Arias el que enfrenta los mayores nubarrones con el arribo significativo del candidato izquierdista José María Villalta del Frente Amplio que amenaza la candidatura oficialista de Johnny Araya, el exalcalde de San José, que en un primer momento se vio favorecido por la renuncia en plena campaña de su principal rival político, Rodolfo Hernández del PUSC.
Las últimas encuestas realizadas en Costa Rica de cara a las elecciones presidenciales del 2 de febrero señalan que José Villalta es favorito con un 22.2 por ciento. Ningún candidato hasta ahora reúne el 40 por ciento necesario para ganar en primera vuelta. – Telesur.
Bajo un acto sorpresivo y efervescente la izquierda se apunta en el centro del espectro político en un país de tala conservadora y de cuña aperturista y neoliberal. Con la discrepancia de las cifras, Costa Rica llega este 2 de febrero con un empate técnico virtual entre tres aspirantes y con una enorme posibilidad de acudir a una segunda vuelta electoral, otro ingrediente atípico que pudieran caracterizar el ruedo político actual.