Fuente: copamundialbrasil2014.es
La copa mundialista del fútbol en Brasil es una fiesta deportiva que no puede menospreciarse. Se trata del deporte más practicado del planeta y el que mayor afición genera. Todo un fenómeno el cual debe leerse también en sus dimensiones políticas, económicas, sociales y culturales.
El fútbol es espéctaculo pero también industria. Es esparcimiento pero también política. Es competencia pero sobre todo negocio. Es pasión y al mismo tiempo avaricia. Es práctica física y mental que además se utiliza como disimulador y adormecedor de las conciencias. Es, sin duda, arte y técnica pero a la vez es estrategia de control. En otras palabras es una fuerza sustentada por las altas esferas del poder vinculada a la lógica del lucro y mercado.
La defensa de la “camiseta” está fundamentada en los tentáculos del poder de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA), la organización multinacional que disfruta de una normativa impositiva laxa desde sus operaciones en Suiza y que obliga a los países anfitriones de las copas mundialistas a no gravarlos o en su caso hacerlo de manera amistosa y comprensiva. Sus ganancias estratosféricas -que en muchas ocasiones superan el PIB conjunto de varios países en desarrollo- y su modus operandi secretivo y disimulado, ampliamente notificado por la prensa internacional, la han convertido en una organización mezquina y portadora de intereses económicos y políticos ligados a la maquinaria del gran capital.
Para nadie es sorpresa los escándalos de corrupción, la falta de transparencia y los tejes y manejes que la FIFA ejercita alrededor de sus redes clientelares, conexiones políticas y amistades convenientes. Un emporio que pasa por la industria del espéctaculo y entretenimiento, por la pantalla masiva de la televisión (control de los derechos de transmisión), los sectores vinculados al turismo, tecnología, telefonía y medios de comunicación que incluyen los rubros jugosos de la publicidad, control de concesión de licencias y alianzas con marcas.
De esta manera, los días de gloria del brasileño Joao Havelange han terminado como presidente honorario de la FIFA y de su yerno Ricardo Teixeira, expresidente de la Confederación Brasileña de Fútbol que desde hace dos años renunció a su cargo por denuncias de irregularidades y corrupción. ¿Quizá ya se nos olvidó el caso turbio de la designación de Qatar como sede mundialista en 2022 y de las revelaciones hechas por la prensa británica que hicieron suspender temporalmente al alemán Franz Beckenbauer de cualquier actividad relacionada con el fútbol?
Fuente: theclinic.com
Las imposiciones de la FIFA en Brasil han generado tensiones con el gobierno de la presidenta Dilma Rousseff. Las reglas impuestas, los elevados precios de las entradas, la expulsión de los habitantes de las favelas debido a la construcción de infraestructura deportiva y turística y la mayor tajada de ganancias que va a parar a las arcas de la FIFA han enojado a los brasileños que en épocas mundialistas utilizan esta coyuntura internacional para dar a conocer sus reivindicaciones económicas y sociales. Se trata del verdadero festín de los intereses privados ¿y dónde quedan las mayorías?
Fuente: tvperu.gob.pe
La revolución de las expectativas en Brasil
Lo que está sucediendo en Brasil debe ir más allá de las preocupaciones particulares de los brasileños. Los ciudadanos del mundo debemos de preguntarnos sobre las enormes cantidades de dinero invertidas en cada copa mundialista. El Mundial de Brasil es el más caro de la historia, superando con creces a lo gastado en Alemania o Sudáfrica. ¿podemos aceptar estos gastos estrafalarios cuando hay más de 1,000 millones de personas en el mundo que viven en extrema pobreza, 1,200 millones que no tienen acceso al agua potable y 2,600 millones carecen de saneamiento? En las palabras de Jim Yong Kim, el presidente del Banco Mundial “la séptima parte de la población del mundo no come todos los días”.
La indignación de los brasileños los ha volcado hacia las calles. Revueltas sociales, descontento de las clases trabajadoras, cuestionamientos de los jóvenes y una sociedad más educada e informada han colocado su agenda de peticiones en la palestra pública. Una realidad que no puede desconectarse de la situación económica -de no despegue- que vive el país carioca. De haber atestiguado una tasa del crecimiento del 7.5% en el 2010, Brasil creció a una tasa anémica del 0.9% en el 2012. La época de la bonanza económica que permitió sacar a más de 30 millones de personas de la pobreza, gracias a programas tan importantes como Bolsa Familia o Hambre Cero, al tiempo de haber paliado los índices de desigualdad bajo los ocho años de gobierno de Luis Inácio Lula da Silva.
Fuente: informador.com.mx
Precisamente, la nueva cara del ascenso social que se transa con el engordamiento de las clases medias y la revolución de sus expectativas en aras de mejorar la calidad de vida y obtener mayores satisfactores públicos en el terreno de la educación, salud y transporte no los contenta con la construcción de más estadios y gradas, sino a reorientar el gasto público de carácter social para construir más escuelas y hospitales.
No obstante, las chispas del descontento social también prenden con una clase política alejada de sus gobernados, tengamos presente que el flagelo de la corrupción e impunidad se tocaron claramente con el escándalo del Mensalao, la compra de votos en el poder legislativo para asegurar la continuidad o ruptura de ciertas políticas públicas dictadas por el poder ejecutivo.
Bajo la fiebre mundialista se tocan otras fibras de la realidad brasileña: las elecciones presidenciales del 5 de octubre en las que la actual mandataria, Dilma Rousseff se juega su reelección, hasta ahora probable debido a la ausencia de un líder rivalizante y de fuerte contrapeso. La intersección de la política con el fútbol llega en un momento delicado cuando el proyecto económico modernizador está en cuestión y cuando la oposición al gobierno de Dilma Rouseff favorece una sociedad en protesta, en movimiento, en ebullición que puede ser facilitadora y manipuladora del descontento social.
Fuente: telemundo52.com
Con una índice de popularidad del 35% y en medio del descontento mundialista la presidenta Dilma Rousseff está a prueba. No pasemos por alto que estos mega-eventos que atraen los reflectores mundiales pueden ser una apuesta de doble juego: por una lado se transa el prestigio de Brasil en el escenario internacional. Un momento casi único para mostrar su marca país, sus aspiraciones globales y sus dientes como economía emergente, país BRIC y miembro del G20; por otro lado, es la vitrina perfecta para sacar a relucir las debilidades, contradicciones y grandes pendientes del todavía gigante sudamericano.