Donald Trump, la demografía es política.


Donald Trump llegó al tercer y último debate presidencial en Estados Unidos sin un intento de modificar la matemática electoral que no lo favorece en las encuestas. No buscó cortejar el voto de las mujeres y los latinos, los dos grupos decisivos para ganar estas elecciones. Con un discurso resbaladizo negó los escándalos sexuales y reafirmó el sentimiento de denigración hacia las mujeres cuando señaló a Hillary Clinton como una mujer repugnante. Nate Silver, el fundador y editor en jefe de FiveThirtyEight advierte que si sólo votaran las mujeres, Hillary Clinton recibiría 458 votos electorales de los 538 en disputa, superando por mucho el techo de los 270, que se requieren para ganar la elección.

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Fuente: mundoejecutivo.com.mx

El debate final que tuvo como antesala el declive de Donald Trump y el corto circuito con legisladores y otros pesos pesados dentro del Partido Republicano, tampoco fue mensaje suficiente para cambiar la estrategia, a propósito de seducir a los votantes indecisos y moderados que pueden favorecer los números de aceptación de su contrincante principal o bien de Gary Johnson y Jill Stein. Por el contrario, la actitud del candidato republicano invitó a precisar el voto de los estados columpio o batalla (swing states) en donde finalmente se definirá la contienda electoral.

Nuevamente Donald Trump arremetió contra los migrantes en Las Vegas, Nevada. Avaló las fronteras cerradas, propuso la construcción de un muro fronterizo con México y llamó un desastre el TLCAN, además de haber rotulado a los migrantes como malos y criminales. En esta campaña oscurantista Donald Trump buscó atraer el voto irracional con base en los miedos y prejuicios de los estadounidenses, encajó en su discurso de odio, lo puro, lo racial y lo supremo, una narrativa que en materia de política exterior se convierte en políticas unilateralistas, proteccionistas aislacionistas y de cierre de fronteras.

A Donald Trump se le olvida que la población de origen mexicano contribuye con el 8% del PIB estadounidense (SRE) y desecha el argumento poderoso que nadie puede convertirse en presidente de Estados Unidos si no consigue más del 40% del voto latino. En las elecciones del 2012, Mitt Romney obtuvo el 27% del voto latino y perdió la elección y John McCain consiguió el 31% del voto latino -cuatro años antes- y también fue derrotado en las urnas. La misma reelección de Barack Obama fue exitosa, gracias al voto latino y la victoria de George W. Bush difícilmente se puede entender sin el respaldo del 42% del voto latino. Nuestras diásporas si fueron el fiel de la balanza en los estados que más importó.

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Fuente: cvo.es

Desconocer y subestimar la demografía en Estados Unidos le puede costar la elección a Donald Trump. La esencia de su campaña refleja el grito del hombre blanco, anglosajón y protestante (wasp, por sus siglas en inglés) de seguir tomando decisiones en un Estados Unidos que ya no será de mayoría blanca. Una nostalgia por el pasado que refleja la incomodidad del establishment republicano con la nueva realidad demográfica que se extiende a través de un arcoíris de minorías y un juego de multiculturalidades. Para el 2050 se espera que los blancos en Estados Unidos sean minoría, tal y como lo ha señalado el Pew Research Center.

En esta campaña todos perdimos. Ganaron las viejas ideas que se pensaban desterradas, controladas o adormiladas en la todavía superpotencia. Perdimos con las respuestas simples, mentirosas y ambiguas de Donald Trump que nunca nos dijo cómo liderar en un mundo complejo y lleno de adversidades y que esquivó los entrecruces entre lo local, regional e internacional. Perdimos con su discurso de odio que denigró a mujeres, migrantes, musulmanes y latinos y envalentonó las fuerzas antisistema que hoy amenazan con desconocer los resultados electorales del 8 de noviembre. En este berenjenal, también pierde el Partido Republicano, quien deberá de buscar una nueva brújula, tras de su fragmentación en este rally electoral.


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