¿Un cuarto mandato de Daniel Ortega en Nicaragua?


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Fuente: peru21.pe

Nicaragua nació a la vida democrática con instituciones frágiles y precarias como producto de una tradición autoritaria y dinástica del poder. La nación más grande de Centroamérica ha experimentado altas dosis de autoritarismo militar, dictaduras y conflictos civiles que se han arropado de la pobreza y marginación de la sociedad. Ahí está la gobernanza que puso en práctica la familia Somoza, quien gobernó durante 33 años en el período de 1937 a 1979, un régimen corrupto y represor que alimentó el surgimiento de un movimiento revolucionario basado en los ideales de la democracia y justicia social bajo una orientación socialista.

El proyecto sandinista recibió como respuesta geopolítica la contrarrevolución dictada por EE.UU. y liderada por el expresidente republicano Ronald Reagan, quien en épocas de Guerra Fría se empecinó en aislar y castigar a los sandinistas a través de la resistencia nicaragüense conocida como los “contras”. Fue hasta 1990, que Violeta Chamorro, una candidata de consenso le entregó la transición democrática a Nicaragua y un legado de reconstrucción y paz. Por otro lado, no olvidemos que Nicaragua siempre ha cobrado vuelo en la agenda de los intereses extranjeros por sus envidiables atributos geográficos y estratégicos, una posibilidad que hoy aprovecha China, el principal financista del Canal Interoceánico en Nicaragua.

Daniel Ortega, el actual presidente y el histórico líder sandinista, quien gobernó por primera vez en 1985 ahora busca alargar su estancia en el poder.  Sus designios se asientan en la ambición de conseguir un cuarto mandato de gobierno o bien una tercera reelección consecutiva con los comicios del 6 de noviembre en donde se pretende elegir al presidente, vicepresidente y renovar a 90 diputados, así como representantes del Parlamento Centroamericano.

El hombre fuerte de Nicaragua ha establecido varias artimañas políticas para prolongar su paso por el poder. En el 2014 y bajo una reforma constitucional hizo los amarres indispensables para conseguir la reelección indefinida, redujo el porcentaje de votos necesarios para ganar la presidencia en la primera vuelta electoral  –ahora con un umbral del 35% de los votos-, descalificó a sus principales detractores políticos y prohibió la observación electoral independiente. De esta manera y poco a poco, Daniel Ortega ha desmantelado el sistema de pesos y contrapesos en Nicaragua para hegemonizar la vida política, económica y social del país.

Cabe señalar que en junio del 2016, el Consejo Supremo Electoral le quitó al líder opositor, Eduardo Montealegre la representación legal del Partido Liberal Independiente (PLI) de cara a las elecciones de noviembre y un mes después destituyó a 16 diputados electos y 12 suplentes del mismo partido rival. Con esta acción, se decapitó el pluralismo político y ahora la oposición no tiene cabida en esta elección. ¿Daniel Ortega se adelantó para cerrarle las pinzas a la Asamblea Nacional tomando en cuenta lo sucedido en Venezuela con Nicolás Maduro y la victoria opositora en el Congreso?

El gobierno dinástico, autoritario y sin oposición en Nicaragua encuentra terreno fértil en la extrema personalización, el fraccionamiento de la oposición y la concentración absoluta de los hilos del poder bajo la figura de Daniel Ortega, quien domina el poder ejecutivo, el sistema judicial, la Asamblea Nacional, el Consejo Supremo Electoral, así como el ejército, la policía y los medios de comunicación. Recordemos que hace cuatro años, en las elecciones municipales el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) ganó el 90% de las alcaldías del país.

Aún cuando en las elecciones del próximo 6 de noviembre se presentan diversos candidatos, es importante señalar que se trata de colaboradores del oficialismo y asociados del actual gobierno, paliativos de simulación democrática ante el descabezamiento de liderazgos contrincantes de centro derecha y centro izquierda. Por si fuera poco, otra novedad levantó ámpulas en la comunidad regional e internacional ante el carácter nepotista y personalista del gobierno de Daniel Ortega: su esposa será su compañera de formula en la vicepresidencia. Rosario Murillo, quien se presume como la mano que mueve el poder en Nicaragua.

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Fuente: nuevaya.com.n

Se trata de una historia conocida en América Latina, mujeres con distintos orígenes y suertes que se han impuesto políticamente como Margarita Zavala y Martha Sahagún en México, Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Xiomara Castro en Honduras, Sandra Torres en Guatemala y Margarita Cedeño en República Dominicana, entre otras y no sabemos que pasará con Cilia Flores en Venezuela.  Sin duda, lo que más llama la atención es la actitud de Rosario Murillo de transar una posición de poder con su esposo cuando su hija Zoilamérica acusó al actual presidente de violación y acoso sexual. ¿Un favor pagado con la vicepresidencia?

Frente a este regreso autoritario ¿cómo está reaccionando el empresariado y los actores económicos en Nicaragua? Vale la pena señalar que la comunidad de negocios se ha beneficiado por una expansión económica notable en los últimos años. Nicaragua creció en un 6.2% en el 2011 y se espera que cierre este año 2016 con una cifra superior al 4%, un desempeño muy positivo cuando América Latina enfrenta la caída en los precios internacionales de las materias primas. Aún cuando Nicaragua tendrá que enfrentar los nubarrones de la economía global y el declive de la prosperidad de Venezuela –dos países del ALBA- la alianza explícita de Daniel Ortega con los grupos del gran capital se ha convertido en otra fuente medular de su dominio.

Pese a que el Congreso de EE.UU. ya aprobó una ley para vetar el crédito de cualquier institución financiera internacional a Nicaragua, valdría la pena preguntarnos sobre las reacciones que se han suscitado en el continente. ¿La CELAC y la OEA se han pronunciado ante el gobierno dinástico y autoritario de Daniel Ortega y sobre todo cuando existe una Carta Democrática Interamericana? Estemos pendientes de los signos de acercamiento entre Luis Almagro y Daniel Ortega y la disposición al diálogo cuando el descrédito permea el rally electoral.

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