La actualidad del continente africano no se puede entender si no atendemos los nudos históricos heredados desde la época colonial y los múltiples cruces políticos, económicos, étnicos y religiosos que se dan en este continente que abre su potencial en el siglo XXI. Las fronteras arbitarias y artificiales, la difícil construcción del estado nacional, las diferencias étnicas y las luchas intestinas por el poder han hecho del conflicto una situación casi permanente. Sin embargo, África ha avanzado profundamente en las últimas décadas, los cambios democráticos, su peso diplomático, su riqueza energética y enormes recursos están haciendo que los países emergentes como China, Rusia, India y Brasil pongan su mirada estratégica en este continente.

Identificada por muchos como un bastión democrático y próspero dentro del convulso continente africano, la violencia post electoral del 2007, hizo de Kenia un nuevo foco de atención para la comunidad internacional. Con un saldo de aproximadamente 1,300 muertos y 300,000 desplazados -según las cifras más moderadas- pronto se volvieron a mostrar las grietas de este país encumbrado bajo una historia de autoritarismos, abusos de poder, desigualdades crecientes y rivalidades étnicas que se trasladado una y otra vez al ring político. Por si fuera poco, Kenia está amenazado por el fantasma del terrorismo, el grupo Al-Shabaab que opera en su vecina Somalia en donde los asaltantes del mar se aprovechan de uno de los colapsos más dramáticos del Estado en la historia reciente.

El conflicto post electoral de Kenia estuvo alimentado por un enfrentamiento creciente entre tribus, el grupo étnico representado por el actual presidente Mwai Kibaki y aquel detentado por el líder de la oposición Raila Odinga, quien después de una fuerte crisis política, terminó por convertirse en Primer Ministro. Bajo un acuerdo negociado con el aval de la comunidad internacional es que se reunieron a dos contendientes en un sólo gabinete, el gran gobierno de coalición que ha arrojado una parálisis gubernamental y un enojo inusitado de la sociedad, quienes se han visto gobernados por un “gobierno híbrido” por el que nadie votó.
Reportaje de Al-Jazeera sobre la violencia post electoral desatada en 2007, caso atraído por la Corte Penal Internacional.
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No perdamos de vista que la llegada del presidente Kibaki a Kenia generó un tremendo entusiasmo y alegría tras los 24 años que transcurrieron bajo el mando de Daniel Arap Moi, sin embargo, el desencanto y la preocupación pronto se adueñaron del país, ante las promesas de transformación incumplidas por parte del presidente e incapacidad de construir un gobierno incluyente con bases interétnicas. Al gobierno de Kibaki se le suman innumerables quejas, empezando por la corrupción descomunal, la concentración de la riqueza en pocas manos y los privilegios que beneficiaron a su grupo étnico y red de amigos y aliados.

En este hilado de sucesos, las elecciones del 4 de marzo en Kenia están marcadas por la imposibilidad de que el presidente Kibaki pueda postularse por un tercer mandato, debido a la ya promulgada constitución del 2010 y por el gran temor de celebrar una segunda vuelta electoral, como producto del escaso diferencial de votos que existe entre los dos principales candidatos: Raila Odinga, el actual primer ministro y Uhuru Kenyatta, el viceprimer ministro, que ha sido acusado por la Corte Penal Internacional (CPI) al haber incitado a la violencia tribal del 2007. En este camino, la comunidad internacional se muestra escandalizada, tiene miedo de que se puedan repetir los disturbios de hace cinco años y ha expresado su profundo malestar ante la posibilidad de que Kenyatta se pueda convertir en el nuevo presidente de Kenia, un hecho que tal vez los inviten a aislar a este gobierno del orden internacional y recibir el mismo trato que se le ha otorgado a Omar al Bashir, el presidente de Sudán, quien también es buscado por el máximo órgano penal internacional.