Ecuador celebra elecciones generales el próximo 17 de febrero, un país que hace gala de su difícil camino para robustecer su vida republicana y consolidar la tan anhelada democracia. Bajo una tradición de gobiernos golpistas, del peso desmedido de los militares en los asuntos políticos y de una personalización desenfrenada del poder, es que el actual presidente Rafael Correa busca la reelección en aras de permanecer en el poder hasta el 2017, una práctica bien conocida para quienes pertenecen a los países del ALBA, este grupo de naciones encabezadas por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien ha fungido como la fuerza motora del socialismo bolivariano del siglo XXI y de la izquierda radical en América Latina.
Rafael Correa centra su poyecto político en la “Revolución ciudadana” una plataforma de directrices y criterios que marcan la necesidad de reformar al Estado, redactar una nueva constitución y sobre todo, unir a la izquierda ecuatoriana frente a la multiplicidad de movimientos políticos y sociales que existen en este pequeño país andino. Justamente la promulgación de la constitución del 2008, la gran apuesta de Rafael Correa por refundar al Estado e imbricar un nuevo pacto social han contribuido a reforzar el presidencialismo y la concetración del poder en detrimento de la división de poderes, del sistema de pesos y contrapesos y de la vida democrática; el acto mismo que se jacta de haberle agregado la función electoral y de transparencia y control social; todos ellos signos innovadores en el historial récord que Ecuador mantiene en la elaboración de cartas magnas.
Quizás el elemento más distintivo de la celebración de las elecciones en Ecuador, hasta el momento de esta publicación, sea la ausencia de Hugo Chávez en Venezuela, el presidente que no está despachando en el Palacio de Miraflores y quien se encuentra en Cuba por razones de salud. La Habana que está planchando la transición chavista y gestionando las luchas intestinas entre el vicpresidente Nicolás Maduro y el presidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello para preservar sus intereses y continuar con la incondicional ayuda venezolana, aún cuando las condiciones actuales lo han obligado a diversificar sus alianzas y acercamientos con otros nodos del poder global como Rusia, China e Irán.
En este contexto, surge la oportunidad que tiene Rafael Correa de apuntarse como la nueva figura promisoria de los países del ALBA, materializando sus aspiraciones reeleccionistas y llenando el vacío de poder que pudiera dejar la posible ausencia de Hugo Chávez. ¿Podrá Rafael Correa ser el nuevo referente chavista? Un sueño difícil de alcanzar, pues no cuenta con el liderazgo y carisma del caudillo bolivariano y mucho menos con la capacidad de financiar el proyecto geopolítico liderado por Venezuela y compartido con Cuba, Nicaragua y Bolivia, mismo que ha estado aceitado por la diplomacia petrolera y la maquinaria del poder que sólo el cuantioso oro negro venzolano puede desplegar.
La intención presidencial se manifestó cuando Wikileaks y su fundador Julian Assange volvieron a irrumpir en la escena internacional revolucionando al mundo diplomático y poniendo en vilo las relaciones entre Ecuador y Reino Unido, al haber decidido Rafael Correa extender el asilo diplomático a este ex hacker australiano, inflamando la retórica nacionalista y soberanista en un momento de enfermedad de Hugo Chávez, apostándole además, a la libertad de expresión y protección de los derechos humanos, precisamente cuando a su gobierno se le acusa de atropellar estos pilares democráticos y de sostener relaciones muy tensas con los medios de comunicación, con la prensa libre y con aquellas visiones discordantes que incomodan y no convienen a su mandato.
Mientras tanto, los pronósticos siguen presagiando la victoria holgada del presidente Rafael Correa frente a sus principales contendientes, Guillermo Lasso y Álvaro Noboa, así como ante el conocido e impopular coronel Lucio Gutiérrez, quien derrocó al presidente Mahuad Jamil en el año 2000. Al parecer la segunda vuelta electoral no tendrá necesidad de llevarse a cabo porque el presidente alcanzará más del 40% de los votos totales con un diferencial mayor al 10% con respecto al segundo candidato. Al parecer, el apetito político de Rafael Correa tendrá que empezar a moderarse y diluirse hasta después de este último mandato.
