La batalla política más importante del año llegará el 6 de noviembre con la celebración de elecciones en EE.UU. para renovar la presidencia, la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. Una jornada muy disputada que ha levantado nerviosismo y expectativas, tanto en los ciudadanos estadounidenses como en el mundo entero, pues a todos nos interesa saber quién ocupará la Casa Blanca en los próximos cuatro años; el huésped que tendrá dentro de sus encomiendas dirigir a la primera economía mundial, a la maquinaria militar más poderosa de la historia y a la nación que tiene un liderazgo indiscutible en materia de investigación y desarrollo.
Esta jornada electoral, que se presume como una de las más reñidas de la historia, ha obligado a emprender una lucha encarnizada por la conquista de los 270 votos del Colegio Electoral; matemática que se necesita para que Barack Obama consiga su reelección como el primer presidente afroamericano y que encuentra en Mitt Romney su mayor oponente. Dicha fórmula presidencial por primera ocasión lleva a un mormón en la ecuación electoral, a ningún protestante y a dos católicos compitiendo por la vicepresidencia del país estadounidense.

Una lucha intestina, que coloca la llave de la Casa Blanca en los estados que presentan una especie de paridad o empate virtual, como son Ohio, Colorado, Florida, Virginia, Carolina del Norte y New Hampshire; en donde el diferencial alcanza entre 1 y 3 puntos porcentuales, según cifras que refleja el pizarrón electoral de The Huffington Post, justo una semana previa a las elecciones. Al parecer, Ohio sigue siendo el más codiciado porque, además de sus 18 votos electorales, desde hace medio siglo ningún candidato presidencial ha ganado la elección sin imponerse en este estado, un hecho que ha visto crecer la avalancha publicitaria por parte de ambos candidatos.
En este ciclo electoral también han sido inéditos los montos de financiamiento adquiridos para fondear las guerras publicitarias y las campañas negativas, habilitadas a través de los reductos paralelos a los partidos políticos, denominados Super PACs; estos súper comités de acción política autorizados a recibir cantidades ilimitadas de dinero para influir en los resultados electorales. Justamente en la campaña de este año, tanto demócratas como republicanos recaudaron más contribuciones que en 2008, gracias a que la Suprema Corte de Justicia permitió que grupos de intereses, corporaciones, sindicatos e, incluso, billonarios volcaran sumas estratosféricas de dinero de forma anónima para imponer su percepción al electorado. ¿Se compran los votos en EE.UU.?

Tampoco saquemos del radar que en EE.UU. es posible votar de manera temprana, en donde más de 30 estados han habilitado el sufragio antes del 6 de noviembre. El mismo presidente Barack Obama lo hizo cuando viajó a Chicago, doce días antes del día de la elección, convirtiéndose en el primer presidente estadounidense que hace uso de este derecho por adelantado; quizás la prueba más contundente de la desesperación demócrata para que la gente vote y pueda desmarcarse de su rival en potencia.
LAS ELECCIONES EN EE.UU. ¿UN REFERÉNDUM PARA BARACK OBAMA?
Las elecciones estadounidenses están inscritas bajo el sello de la crisis económica mundial, la cual ya cobró la caída de siete gobiernos en Europa: Papandreu en Grecia, Brian Cowen en Irlanda, Sócrates en Portugal, Berlusconi en Italia, Zapatero en España, Sarkozy en Francia y el fin del primer gabinete de Mark Rutte en Países Bajos. ¿Se repetirá el libreto europeo? ¿La reelección de Barack Obama está relacionada con lo que sucede en Atentas, Madrid o Roma? ¿Se terminará por imponer el tema de la economía y de los empleos en EE.UU., cobrándole la factura a Barack Obama, quien luce pálido en este rubro?
En realidad, la estrategia de los republicanos radica en vincular el desastre europeo a la campaña de los demócratas y exhibir al presidente ante los ojos y bolsillos de los votantes, denotando una economía que crece de manera anémica y pausada. Un Barack Obama que se ve deslucido en materia económica pero que, de hecho, fue la pieza clave para detener la peor crisis económica desde la Segunda Guerra Mundial y la cual construyó un dique económico y una hoja de ruta para alejar al país del precipicio.

Pese a la situación económica, la preocupación prende al evidenciarse la polarización creciente de la sociedad estadounidense, dos modelos de países distintos que se ven acompañados de visiones antagónicas sobre cuestiones económicas, políticas, sociales y su desempeño en la política mundial. Diferencias bipartidistas que parten de una manera opuesta de concebir al Estado y que se reflejan en la articulación de códigos fiscales distintos y desacuerdos en cómo encarar el déficit y la reducción de la deuda nacional. Un Obama partidario del Estado benefactor moderno capaz de redistribuir la renta a la base de la pirámide social y un Mitt Romney que concibe al Estado como una amenaza al espíritu emprendedor de EE.UU. y que busca blindar los privilegios de las clases más afortunadas.
Las elecciones del martes próximo serán un referéndum para Barack Obama de lo que ha conseguido o no en estos primeros cuatro años de gobierno. En este rubro, su mayor trofeo legislativo ha sido la reforma al sistema de salud que aprobó el Congreso y que, más adelante, dictaminó a su favor la Suprema Corte de Justicia, cuando se interpuso una demanda por 26 estados republicanos. Esto demuestra una nueva lucha entrañable de quienes buscan recortar la competencia del gobierno y de aquellos que quieren engordarla, obligando a comprar una cobertura de salud antes de 2014.
En fin, un presidente que llegó con una ventaja cómoda al primer debate presidencial pero que decepcionó en su actuación, y que ahora lucha a contracorriente de lo que se presume será una victoria muy estrecha y marginal. Quizás el huracán Sandy llegó como agua bendita para los demócratas, la oportunidad para que Obama saque ventaja como presidente y demuestre toda su autoridad y liderazgo en momentos difíciles.
LA POLÍTICA EXTERIOR: ¿PUNTO DE DESENCUENTRO?
Quizás este 6 de noviembre, Barack Obama llega con mejores cartas electorales en materia de política exterior, siendo el presidente que recibió el Premio Nobel de Paz por haberse alejado del intervencionismo unilateralista que propició las invasiones a Iraq y Afganistán tejidas en la era Bush. Efectivamente, el líder estadounidense se puede jactar de haber terminado la guerra en Irak, de haber puesto fecha de salida a la guerra de Afganistán y, sobre todo, de haber ordenado la operación militar en Pakistán donde resultó muerto Osama Bin Laden, la cabeza más buscada del planeta.
Logros sumamente importantes y nada despreciables que, desde el punto de vista geopolítico y estratégico, se han convertido en aciertos limitados y restringidos que no drenaron mayores ganancias para sus intereses. Salvo en el caso del terrorismo trasnacional, en Iraq se dejó un terreno turbulento y pantanoso que permitió a Nouri Al Maliki, presidente de Irak, acercarse cada vez más a su aliado chiita de Irán. Un Afganistán abandonado por EE.UU., pero que se asienta débil y fragmentado por las diferencias étnicas, religiosas y tribales que encuentran su mejor caldo de cultivo en las fuerzas talibanes; así como las relaciones desgastadas con Pakistán donde priva más la desconfianza que la cooperación.
Mientras tanto, los oponentes y detractores buscan exhibir a Obama como un presidente que ha contribuido al declive de la influencia estadounidense en el mundo, reclamando una respuesta tibia ante el ataque al consulado de Bengasi, y la estrategia dudosa sobre Irán, que para algunos ya está más cerca de obtener la bomba nuclear y que ha puesto en entredicho la relación privilegiada con Israel, aliado número uno de EE.UU. en Medio Oriente. En este cuadro también hay que añadir las promesas de paz incumplidas frente al conflicto palestino-israelí que han contribuido a minar la imagen de Barack Obama. Sin embargo, no olvidemos dos cosas: que la solicitud de Palestina de convertirse en el miembro 194 de la ONU quedó congelada en el Consejo de Seguridad y que Obama no recibió a Bibi Netanyahu durante el 67º Periodo Ordinario de Sesiones de la Asamblea General de la ONU, el pasado mes de septiembre en Nueva York.
Tal vez, la muestra más trasparente de la falta de interés de EE.UU en América Latina, Centroamérica y México se calcó en el tercer y último debate presidencial que se llevó a cabo en Boca Ratón, Florida, en el cual países como Libia, Siria, Pakistán, Irán e Israel se llevaron todos los reflectores. El patio trasero de EE.UU no figuró en el debate ni siquiera tomando en cuenta que compartimos una frontera de más de 3,000 km y en la que se libra una guerra fallida contra el narcotráfico que le ha costado a nuestro país 60,000 muertos. Relaciones bilaterales monotemáticas que se encuentran narcotizadas y que reclaman una mayor atención política y de cooperación económica y social.