El mundo atestiguó una nueva Cumbre del G20 en Rusia con la asistencia de Jefes de Estado y de Gobierno de las ocho economías más industrializadas del orbe (G8) y otros 11 países considerados clave por su posicionamiento geopolítico, económico y regional, (entre ellos economías emergentes) que en conjunto con la UE representan el 90% del PIB mundial, el 80% del comercio global y el 64% de la población del planeta. Un foro que refleja la nueva distribución del poder económico mundial, cuyo parteaguas se cimbró con la crisis financiera del 2008 y bajo la necesidad de sortear una reforma al sistema económico global para evitar incurrir en nuevos desbalances.
Los temas pendientes del G20 son muchos. Los desequilibrios fiscales y financieros siguen prevaleciendo y las perspectivas de crecimiento económico y desarrollo social son poco halagueñas tomando en cuenta el descalabro mayúsculo en la eurozona. La economía global continua bajo un transe delicado afectando las variables del empleo, el comercio y la recuperación de los países avanzados y ralentizando aún más el dinamismo de las economías emergentes. Si bien hay que reconocer que la UE ha demostrado avances en la adopción y aplicación del pacto fiscal y la creación del Mecanismo Europeo de Estabilidad, no dejemos de advertir lo que dio a conocer la Eurostat: la zona del euro salió oficialmente de la recesión registrando un crecimiento del 0.3% en el segundo trimestre del 2013, pero ello no quiere decir que se ha superado la crisis.
En medio de una gobernanza económica global endeble e incompleta, la Cumbre de Los Cabos en México logró la recapitalización del FMI por más de 450,000 millones de dólares, un ingrediente sustantivo para avanzar hacia la construcción de una nueva aquitectura financiera mundial. No obstante estas prioridades existe otra constelación de temas que surgieron en nombre de los intereses de las economías emergentes. Bajo las presidencias del G20 de Corea del Sur y de México, los temas del desarrollo y las demandas insatisfechas de los países menos adelantados ganaron terreno y cuestiones como el cambio climático, seguridad alimentaria, infraestructura y crecimiento verde se insertaron en la agenda.
México, el primer país latinoamericano en presidir los trabajos del G20 y el segundo país emergente en hacerlo también ha mostrado un fuerte interés por expandir el diálogo representativo de las naciones de América Latina y de otros países de África, considerando el enorme peso de los europeos. En su oportunidad, Chile y Colombia, así como Camboya y Benín fueron países invitados a participar durante nuestra presidencia. De manera paralela, México abonó hacia la inclusión del diálogo con otros actores de la sociedad como el sector empresarial, la academia, los jóvenes y la sociedad civil.
Los nudos del G20 residen en la búsqueda de consensos en temas difíciles y muy espinosos, donde se transan intereses, ángulos distintos y posicionamientos de los grandes poderes mundiales que están anclados a criterios geopolíticos, económicos, y a coyunturas determinadas. Muchos ponen en duda su eficacia, su falta de resultados y su debilidad como órgano no vinculante, aquel que no sanciona la falta de cumplimiento. ¿Debemos de repensar el trazo institucional del G20?
De manos de una economía emergente a otra es que la presidencia del G20 cambió de estafeta. En esta ocasión Rusia fue la protagonista principal de los temas pendientes de la gobernanza económica global. No olvidemos el posicionamiento que ha alcanzado el gigante de cuña zarista, aquel que participa como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, miembro del exclusivo club del G8 y los BRICS y mismo que presume su ingreso reciente a la OMC. Además, sus atributos de potencia energética y de mandamás nuclear se combinan para que Moscú pueda presumir su talla y peso en el escenario mundial.

Bajo su presidencia, Rusia ha enfocado sus esfuerzos para desarrollar medidas que alienten el crecimiento económico y la creación de empleo. Temas como la necesidad de acrecentar los financiamientos para las inversiones productivas, mejorar los sistemas de regulación, la confianza en el sistema económico mundial y transparencia de los mercados estuvieron presentes, al igual que la revisión de la estructura de gobierno del FMI y de la cuotas a distribuir en las economías emergentes. En este tenor, hubo un asunto que robó cámara: la problemática de los paraísos fiscales.
Frente a un escenario de arcas vacías y de crisis de la deuda en la UE, los pequeños países han servido de refugio y protección de inversionistas y empresas que aprovechándose de esquemas normativos laxos evaden impuestos a los fiscos. Considerados por muchos como los “agujeros negros de la economía globalizada” estos reductos también son causa de pobreza, subdesarrollo y desigualdad. Tan sólo en Europa se pierde anualmente 1 billón de euros debido a la evasión fiscal, según José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea, al tiempo que la OXFAM advierte que al menos 18.5 billones de dólares se ocultan en paraísos fiscales en todo mundo.

No perdamos de vista que gracias al secreto bancario algunas instituciones financieras no están obligadas a revelar el nombre de los dueños de las cuentas ni los activos que disponen, por ello los países del G20 han decidido librar la batalla contra los paraísos fiscales e imponer sanciones a los evasores y de esta manera aumentar los impuestos y la recaudación que a su vez, pellizca las actividades ilícitas del tráfico de estupefacientes, contrabando de armas, lavado de dinero y corrupción. Se trata de un tema espinoso que tendrá que enfrentar su más dura prueba a la hora de materializar las grandes dosis de voluntad política que deben mostrar tanto los países industrializados como emergentes.
LOS DESCALABROS ENTRE EE.UU. Y RUSIA
El G20, el foro de gobernanza económica mundial más importante de nuestros días se ha visto impactado por las relaciones difíciles y tirantes que se han desarrollado entre Rusia y EE.UU. Los reveses y las provocaciones se han dado en la esfera de la seguridad nacional de EE.UU. y en los embates de la política internacional. El caso de Snowden y la cancelación de una reunión programada entre Obama y Putin en el marco de la reunión del G20 en San Petesburgo fue prueba de ello y más adelante los divisores que se desarrollaron al calor de un posible ataque militar a Siria.

La presidencia de Rusia del G20 ha incrementado el ambiente de incomodidad y desconfiaza de Washington. La concesión de asilo temporal por parte de Moscú a Edward Snowden el ex contratista de la Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU. fue un acto que enfureció a la clase gobernante de la Unión Americana, quienes lo consideran un “fugitivo que pertenece a los tribunales de EE.UU. y no un hombre merecedor de asilo en Rusia”. El hecho de que Moscú tenga en su poder a la persona que haya desvelado la trama de espionaje masivo de las comunicaciones por los servicios secretos estadounidenses compromete la seguridad nacional de la todavía superpotencia.
Los desencuentros entre los antiguos países rivales arrecian desde el momento que EE.UU. tiene que enfrentarse con el “hombre fuerte de Rusia”, Vladimir Putin que es considerado un jugador de primera talla en el orden geopolítico global. Precisamente, el gesto de asilo a Snowden reafirmó la independencia de su política exterior, fortaleció su imagen interna como líder nacionalista y desafió el poder decisivo que EE.UU. ejerce en el mundo. No obstante la catarsis bilateral con el caso Snowden, otros focos rojos también han estado presentes como el tema del controvertido programa nuclear de Irán.

Sin embargo, esta cumbre apareció desangelada y opacada por un tema que no estaba en la agenda oficial de trabajo: Siria, el más reciente dolor de cabeza entre Barack Obama y Vladimir Putin. Rusia es un aliado del presidente de Siria, cuenta con la base naval de la ciudad costera de Tartus y le vende armas al régimen de Bashar al Assad, mientras que EE.UU. respalda, financia y exporta armas junto con otros países occidentales a los rebeldes y opositores sirios. La misma Rusia con capacidad de veto en el Consejo de Seguridad y con la anuencia de China se han negado una y otra vez a condenar al régimen assadista y a sostener un ataque militar en contra de Siria.
La encrucijada siria puso de cabeza la Cumbre del G20 en Rusia. Este foro de gobernanza económica global en el que formalmente no se discuten los temas de política internacional o de la agenda de seguridad colectiva global se vio forzado a alinearse a uno de los momentos de coyuntura más importantes del 2013 ¿Una lección para que el grupo de países más poderosos del mundo, incluyendo a las naciones emergentes, propicien reformas en el seno del G20?